domingo, 12 de septiembre de 2021

CARTAS DE ESPERANZA 12 DE SEPTIEMBRE DE 2021


 

12 de SEPTIEMBRE de 2021

 

Hermano:

«Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: - Effetá, esto es Ábrete »

«En medio de mis pasos va Jesús caminando. Pasa por mi vida, porque su misión está junto a mí y eso me basta para comprender que puedo ir en silencio, hablando o cantando a su lado»

El Gobierno regional acaba de publicar la rescolución con las nuevas medidas que flexibilizan las restricciones por el covid. La caída de la incidencia de la enfermedad en Asturias a niveles del mes de agosto del año pasado, ha permitido una relajación de la situación.

El proceso de desescalada en Asturias va viento en popa. Los contagios han caído drásticamente y la incidencia acumulada por coronavirus en la mayoría de los concejos de la región se sitúa por debajo de los umbrales de riesgo extremo, «similares a las de agosto del año pasado». Una favorable evolución epidemiológica que evidencia que la comunidad se está acercando ya a un escenario de nueva normalidad, pero «de prudencia» y, por tanto, la Consejería de Salud ha decidido flexibilizar alguna de las restricciones en vigor. Estas beneficiarán principalmente al sector de la hostelería, el más perjudicado por las medidas anticovid. Así, según ha detallado el director general de Salud Pública, Rafael Cofiño Fernández, el horario de cierre de los negocios hosteleros se corresponderá con la licencia de apertura, se reabrirá el consumo en barra con la obligación de respetar la distancia de seguridad de 1,5 metros y el aforo de las mesas será de 10 personas, tanto en exterior como en interior.

Dicen que cuanto más conozco algo más puedo amarlo. Un conocimiento que logro con el corazón. No sólo con los ojos que se apegan a la superficie de las cosas, de las personas. O tal vez es amando a alguien o algo que llego a conocerlo en profundidad. La cercanía que me da el conocimiento me ayuda a crear una intimidad nueva, antes desconocida. De cerca veo mejor la humanidad de la persona amada. Y conociéndola hasta en lo más pequeño puedo amarla más. Conocer los defectos y límites puede lograr que mi amor sea más grande, eso siempre me sorprende. Amando conozco más. Conociendo más, amo más. No es un amor verdadero el que siento por un desconocido al que sólo admiro. La admiración no conlleva necesariamente el amor. Pero eso sí, cuando amo es necesario que admire a la persona amada. Amar tapando lo que no me gusta de mi amado empobrece mi amor. Es como si no supiera integrar en el amor los defectos y los límites. Queriendo que la fascinación del enamoramiento tape o disimule las manchas y pecados. ¿Cómo puedo llegar a sentir que amo incluso lo que me incomoda? Es un paso más en ese amor que me engrandece como persona. El que ama así ama a un nivel superior. Amar mientras no me decepcionan es hasta sencillo. Porque la persona amada responde a todas mis expectativas, a todo lo que espero de ella. Y cuando me falla o no logra hacer todo lo que yo deseo, me frustro y siento que no es igual mi amor que antes, cuando todo fluía y era sencillo. Pensar que mi amor depende del sentimiento es limitarlo a un aspecto del amor que pretende ser más grande. El sentimiento faltará en ocasiones. Sentiré poco o no sentiré como antes. ¿Ha muerto el amor? Entonces descubro que el amor es una elección continua. Elijo a quien amo, pero no la primera vez, sino todos los días. Incluso cuando los defectos me han herido, o las expectativas se han visto frustradas. Incluso cuando lo que sentía, pasión, o deseo, ya no es tan grande, es menor y parece estar dormido. Me siento culpable y pienso que ha muerto el amor, que todo es pasajero. Pero no es así necesariamente. El amor es más grande que un sentimiento. Más profundo que la admiración. Más fuerte que la fuerza de la pasión primera. Llamado a ser eterno el amor no conoce límites, conviviendo con ellos. Mi capacidad de amar es limitada. No puedo amar como Jesús me ama. No logro amar renunciando a mi deseo. No consigo amar entregando el cien por cien y sabiendo de antemano que no me importa lo que reciba a cambio. Ese amor generoso, imposible, es el amor que desea vivir mi corazón pequeño y eterno. Es el amor que puede hacer que mi vida sea diferente y merezca la pena. Me levanto de nuevo cada mañana pidiéndole a Dios que renueve mi amor. Vuelvo a elegir, como un niño, siempre en presente, a la persona amada. Elijo el camino previamente elegido. Elijo los sueños ya antes soñados. Y no tengo miedo. Dios lo puede hacer posible en mí. Quiero amar más, conociendo más en profundidad lo que Dios ha puesto en mí, como un amor que me saca de mis egoísmos y mis miedos. Porque sufre menos quien no ama. Y también goza menos. Porque amando más se sufre siempre. La pérdida en la vida es el mayor desgarro. No por eso dejo de pensar que quiero conocer más a quien amo. No dejo de sorprenderme y admirarme de su belleza escondida. No dejo de amar también aquello que no es virtud, sino defecto. El límite que me confronta con mis propios límites. Y entonces tiene sentido todo lo que vivo, todo lo que amo. Y la vida florece a mi alrededor al sentir los dedos de quien me ama y me describe en sus sueños. El amor humano es sólo el reflejo pálido del amor del cielo. Amar y ser amado el sentido último de mi vida plena. Y sé que he nacido para amar de muchas maneras y a muchos. Y no por amar a más mi corazón ama menos. Es más grande su poder, no sé como lo logra Dios, pero lo hace. No por no amar  a alguien en exclusividad es mi amor más pobre. Porque lo personal es lo que hace que el amor sea grande. Un amor que ama conociendo y cuanto más conoce a quien ama, con más fuerza lo ama.

Vivir entre el miedo y la confianza es la forma habitual de vivir. Confrontado con mis límites, consciente de mis posibilidades. Alarmado por los peligros circundantes. Acariciando la seguridad de mis raíces seguras en un hogar donde soy amado. El vértigo que me plantea la vida, con cada día que se desploma delante de mis ojos. El paso traicionero del tiempo que se escapa sin darme cuenta por debajo de mi puerta. El frío que se hace fuerte en mi alma provocado por ese miedo que tengo a perderlo todo. Que el presente estalle en mil pedazos convirtiendo mi vida en un relámpago fugaz perdido entre las sombras. ¡Cómo no gritar de miedo ante tanto dolor y tanta muerte! El corazón se aferra tembloroso firme en medio de los vientos que amenazan con arrasar mis seguridades. ¿No puedo repetir cada vez que lo desee todo aquello que me da felicidad y me alegra el alma? ¿Quién decide hasta cuándo podré repetir el gesto de amor que levanta mi alma a la altura del cielo? ¿Cómo y por qué es posible que lo que hoy me da vida deje un día de ser fuente de gozo? No tengo respuestas a preguntas inquietantes. Lo que he vivido antes no tiene por qué volver a repetirse. Puede ocurrir algo inesperado que lo cambie todo. Sin yo pretenderlo ni desearlo. Algo que tuerza mi camino por un sendero nuevo apenas perceptible entre las sombras de mil arbustos. Y el viento, sí ese viento ingrato que me mueve por dentro. Vivir entre el miedo y la confianza es el ejercicio diario que practico. Aferrado con una mano al cielo y con la otra sujeto a mis entrañas, donde se desarrolla la batalla más verdadera, entre mis sueños y la fuerza violenta de la realidad. Confiar y temer como dos acciones separadas que alimentan mi propio corazón. Temo perder la vida al tiempo que confío en un desenlace inesperado cuando se esté acabando el tiempo. No dejo de creer cuando todo parece perdido. No dejo de esperar cuando nada merece ser esperado. Temer y confiar. ¿Quién puede despertar en mí la confianza? Sólo un amor más grande que el mío puede levantarme en tiempos inquietos de pandemia, de inseguridad, de violencia. El alma quiere repetir rutinas cargadas de paz y de esperanza. Y reniega de las novedades que llenan el alma de oscuridad y miedo. Levanto los ojos al cielo confiado. ¿No me dijo acaso Jesús un día que no me iba a dejar nunca en medio de mi vida? ¿No me pidió con vehemencia que no me agobiara por el mañana porque cada día tiene su propio afán? Sí, así lo hizo, así lo hago hoy. No quiero agobiarme como hoy escucho: «Decid cobardes de corazón: - Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial». Me gusta mirar a Dios en medio de la tormenta del alma y ver su sonrisa al otro lado de los vientos que me arrasan. Convierte lo reseco en manantial. Y calma la sed de mi alma. No puedo temer, mientras estoy temiendo. No quiero dejar de confiar, aún con ciertas dudas dentro del alma. Quiero aprender a confiar en medio de mi presente. Es lo único que puedo controlar. Mi actitud interior ante el futuro inquietante. La paz en el alma como un don que Dios me regala cuando todo a mi alrededor pretende llevarse con fuerza la quietud de mi corazón. Alzo la mirada y confío. «No temas». Me grita Dios en mi interior. Y yo escucho su voz suplicante. «No tengas miedo ni te agobies». Y sonrío, caminando sobre esa cuerda sostenida sobre el vacío, entre el miedo y la confianza, sigo adelante. La vida son dos días, me repito. Y las tormentas pasan. Y los tiempos inquietos mudarán, trayendo paz y de nuevo inquietudes. Y yo no podré controlarlo todo, como me pasa ahora, siempre será lo mismo. Pero para eso fui creado, para caminar sobre un alambre. Sin dejar la mano que me ha creado y amado hasta el extremo. No vivo con miedo al castigo, al rechazo de Dios, eso nunca lo he sentido. Creo mucho más en su misericordia y en su abrazo eterno mirando mi belleza, mi pureza interior, esa que Él mismo ha sembrado. Y no desconfío porque sé que el Dios de mi historia es siempre fiel a sus promesas. A su manera, está claro, no a la mía. En sus términos, no escuchando mis expectativas. El Dios de mi camino me construye desde la pobreza que hay en mi corazón. Sabe de mis miedos y me da fuerza, para que viva el presente con pasión, sin angustia, sin miedo. Porque sólo Él sabe que no puedo hacerlo todo bien, no puedo alcanzar las estrellas por mucho que me atraigan y no puedo vivir con plenitud lo que en mí es sólo un deseo hondo y verdadero. Y me dejaré llevar por mis debilidades no siendo fiel a lo que he elegido. No haciendo el bien que deseo hacer y dejándome tentar por el mal que me promete felicidades definitivas que luego solo son pasajeras. En medio de temores fundados e infundados. En medio de angustias que no puedo controlar porque la vida es así, está llena de incertidumbres. Y me abrazo al Dios de mi historia, a Aquel que me ha amado. No tengo motivos para temer porque no estoy solo y me ama Él como nadie antes me había amado.

Me gusta recorrer en el rosario los misterios de mi vida. Porque mi historia, reciente y lejana, está llena de misterios. Los misterios son esos momentos en los que Dios se hace presente en mi camino, en mi vida, revelándome sus deseos, sus sueños, su amor hacia mí. Son esos momentos sagrados en los que en medio de la noche rompe la luz de la esperanza que brota de su corazón de Padre, del corazón de María. En esos momentos duros comprendo que la cruz bendice el mundo aunque no lo entienda, sigo buscando respuestas, sabiendo que no vendrán. Pero comprendo que sólo Dios sabe lo está pasando en la oscuridad que vivo cuando sufro. Recorro también esos misterios alegres, momentos llenos de luz en los que el cielo se hace presente en medio de la tierra. ¡Cómo olvidarlos si en ellos toqué la piel de Dios en piel humana! Momentos de Tabor donde el misterio se me revela y veo a Dios sonriéndome. Acaricio en las cuentas también esos instantes en los que las decisiones tomadas se hacen vida. Misterios sagrados en los que comprendo que Dios pasa de forma silenciosa en medio de mis dificultades, en medio de mis cruces y alegrías y me muestra el camino a seguir, a veces con dudas. Acaricio también esos misterios de esperanza en medio de este mundo tan desesperanzado. La verdad es que recorrer los misterios de mi vida me confronta con el Dios de mi camino. Él va caminando conmigo siempre y va tejiendo un tapiz, una obra de arte. Él y yo los dos en el mismo camino, en la misma barca. Por eso me gusta acariciar las cuentas del rosario alabando a Dios y alegrándome con María. Sin ellos mi vida se queda vacía y el camino deja de contar con su presencia. Al repetir esas alabanzas cadenciosas del rosario el alma se llena de gratitud y brota súbitamente el silencio. ¡Cuánto me cuesta callar para poder tocar a Dios en el silencio! No sé bien cómo sucede, pero acariciando las cuentas de mi rosario, Dios me acaba susurrando no sé bien que cosas. Quizás no son muchas, sólo las importantes. Me dice que me quiere, que me ha elegido, que en cada cosa que me pasa Él está conmigo y no me va a dejar nunca. Y así me lleno de alegría, de una paz inmensa mientras acaricio las cuentas de mi rosario. No pienso en nada, no lo necesito. No busco soluciones ni espero sabias respuestas. No quiero solucionar mis dudas ni pretendo tenerlo todo claro. Sólo sé que en ese silencio con Dios recupero la paz y me quedo tranquilo. Dios sabe mejor lo que me conviene más allá de las peticiones concretas que le grito al oído. Sabe lo que necesito y sufre conmigo en todo lo que me pasa, mientras desgrano las cuentas de mi rosario. Lo único que me promete es que estará conmigo cada día, ya sea malo o bueno, soleado o lleno de nubes. Camina a mi lado sin soltarme la mano, así como yo mismo no suelto las cuentas de mi rosario. Y entonces percibo su mano en la mía y me tranquilizo. Seguiré sin tenerlo todo claro, pero al menos se me habrá colado en el alma la paz al pensar en esos misterios de mi historia, en todo lo que ha pasado en mi vida. Son esos momentos sagrados en los que Dios sale a mi encuentro para decirme que me ama. Por eso me gusta caminar mientras acaricio las cuentas de mi rosario. Y le doy gracias a Dios por ser peregrino y por ser capaz no sé bien cómo de echar raíces en esa tierra que piso. Rezar el rosario con María, en su corazón de Madre, calma mi sed, sacia mi hambre y me da una luz para la vida cuando me desanimo y pierdo la esperanza. Renuevo mi alianza de amor con Ella y la vuelvo a elegir. Sin Ella estaría perdido. Ella sostiene mis pasos, levanta mi mirada y me hace confiar dejando a un lado mis miedos. Camino y paso las cuentas de mi rosario. Y renuevo mi sí, me alegro por ese Dios que camina conmigo. Y no dejo de esperar su abrazo cada día. Esa presencia de María en mi camino me va haciendo más dócil a Dios. Va despertando en mi corazón del deseo de entregarme totalmente a sus planes. «La palabra entrega total. ¿Qué significa? Es la disponibilidad del corazón para consentir a Dios, incluso atendiendo a sus más mínimos deseos» . Para que ello sea posible es necesario aprender a confiar en el silencio de mi oración, en ese diálogo callado con Dios mientras camino. En ese encuentro personal con María cuando recorro mi vida y Ella va cambiándome por dentro y me va haciendo dócil a los más leves deseos de Dios. Creo que a veces me puedo enamorar de ciertos ideales que me encienden, de proyectos que despiertan mi deseo de cambiar el mundo. Puede fascinarme esa gran misión que se abre ante mis ojos, pero mientras no esté profundamente enamorados de Dios, de un Dios personal, todo será muy frágil. Si la oración no me ata a Dios en lo más íntimo mis propósitos y elecciones no serán tan firmes. Es el amor a la persona lo que me cambia por dentro. Al amor a Jesús hombre, a María hecha carne en mi vida. Es ese amor único que Dios me hace recordar cada vez que recorro como un niño los misterios de mi vida. Y así me enciendo en ese amor siempre de nuevo. Un amor cálido y profundo, un amor que me transforma por dentro para siempre. Un amor personal que me salva.

Enviado por:

Jesús Manuel Cedeira Costales.


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