31 de mayo de 2021
Hermano:
«Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos y enseñándoles a guardar lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
Asturias mantendrá la prohibición de fumar en las terrazas.
72.400 asturianos aún fuman más de 20 cigarrillos al día y 52.500 están expuestos al humo.
Asturias encadena ocho días sin fallecidos y descienden los contagios.
Todavía hay 73 personas ingresadas en planta y otras 30 en unidades de cuidados intensivos.
«Quiero pensar que puedo construir un trozo de cielo en la tierra. Allí donde me encuentre mi forma de vivir, de comportarme, de amar, de pensar pueden ser una semilla de un mundo nuevo»
A veces puede ser que me fije más en la sed del hombre antes que en la mía propia. Quiero calmar los miedos ajenos sin pensar en los míos. Vivo queriendo sanar a otros siendo yo el que tiene que ser sanado. Pienso que quiero conquistar el Reino de Dios y se me olvida que es ese Reino el que ha de venir a mí. Me preocupo de muchas cosas y no dejo que Jesús se preocupe por mí. Ajetreado, inquieto, yendo de un lado a otro tratando de llenar vasijas de barro con un agua que yo no poseo. Quisiera alzarme por encima de los vientos. Alcanzar las cimas más altas sólo con mi esfuerzo. Buscando una fuerza interior que con frecuencia se agota. Puede ser que haya puesto el acento en mí. Y me haya olvidado de ese Tú por el que estoy dispuesto a dar la vida. Amando sin reservas me olvidé de ser amado. O pretendía quizás que mi pozo siguiera lleno a medida que repartía cubos de agua. He pensado que era mi actividad desenfrenada la que tenía que satisfacer los deseos ajenos. En una búsqueda enfermiza de mi propio yo. Apagando la sed que brota de mis entrañas con una fuerza que me asusta. He descubierto que mis heridas no se han curado, tal vez para que no me olvide de a quién tengo que permanecer atado. Le pertenezco a Jesús, no quiero olvidarlo. No puedo vivir buscando pequeños premios en mis muchas batallas. En un intento baldío por lograr las grandes victorias por las que llegar a ser recordado. ¿Es tan importante la memoria de los hombres como para perder la vida intentando que no quede nunca mancillada? Esa memoria de los que un día me alaban y al siguiente me olvidan o desprestigian. ¿Por qué me importa tanto el discurso vacío de los que no ven mi verdad porque no la conocen? Hoy siento en mi corazón la voz del Resucitado que me sigue llamando por mi nombre. Y pronuncia muy quedo esa pregunta que me rompe: ¿Me amas? Y yo tartamudeo en un intento por parecer seguro. ¿Cómo no amar a aquel que me ha salvado? No es imposible, puedo olvidar fácilmente y llegar a pensar que sigo en la brecha de la batalla gracias a mi talento, a mis éxitos y logros. Y olvido esa pregunta que es la que de verdad me salva. Quiere que le siga sin desánimo. O quizás ni siquiera pretende mi esfuerzo. Sólo me pide que me quede quieto esperando, sin prisas, sin búsquedas enfermizas. Que no quiera apagar todos los incendios y salvar todas las vidas expuestas. No me exige que no me detenga nunca, todo lo contrario. Sólo quiere que me calme y espere, que me abra y permanezca en paz. Que añore un abrazo infinito. Que desee un descanso sin guerras. Sólo quiere que acepte que no puedo lograr solo todo lo que el mundo me pide. Que no soy yo sino Él en mí. Que no es mi voz, sino la suya. Mis deseos son los que Él pone dentro de mi alma. Quizás tengo miedo a caer y no ser capaz de levantarme de nuevo. Tal vez he olvidado el primer amor y es hora de recordarlo. Ponerme en camino a esa cita que no quiero posponer. Jesús ha salido a mi encuentro como cada mañana y está dispuesto a salvarme. Pero sólo si yo quiero ser salvado. ¿Me creo ya viviendo en el cielo en medio de la tierra? No quiero juzgar para no ser juzgado. Veo en mi corazón la debilidad de mis brazos. Y por más que me empeño en gritar que Él está vivo no dejo que los hombres lo vean, es a mí a quien quiero que contemplen. Yo en el centro, Él oculto bajo la sombra de mi vida. Y le digo que le amo, pero no me dejo amar por Él. No quiero su misericordia, es su premio lo que exijo, el pago por tanto bien realizado y por tantas vidas salvadas. Reconozco que mi vida no se parece en nada a la de los santos que estaban dispuestos a perderlo todo por amor. Se dejaron hacer, se dejaron llevar. Y su vida se llenó de esperanza. Me gusta mirar a Dios en medio del camino. Me gusta contemplar su rostro y ver cuánto me ama. Medito enamorado esos abrazos que jalonan mi historia de amor. Esos suspiros cuando me alejo y no veo su rostro. ¿Acaso no puedo detenerme cada día a alabar a Dios por todo lo que me regala? Es tan fácil el olvido. Me dejo llevar con tanta facilidad por lo urgente. Me veo intentando contentar a todos para llenar el vacío de amor que siento en lo más hondo. Estoy dispuesto a vivir con más calma, sin tantas prisas. Me calmo ante sus ojos que me miran y no me exigen nada. Sólo quieren que me abra a todo ese amor que está dispuesto a darme.
Hay personas que tienen el don de ver la belleza donde los demás ven fealdad. Hay corazones capaces de convertir un pantano en un jardín precioso. Hay miradas que convierten en admirable lo que a primera vista puede parecer despreciable. No sé si la mirada y el corazón logran transformar todo lo que tocan o es sólo parte de mi deseo más hondo, del sueño que tengo de cambiar el mundo que me rodea. No puedo acabar con todas las guerras, pero sí puedo impedir las luchas que comienzan como consecuencia de mi ira, de mi envidia, de mi deseo de venganza, de mi orgullo herido. Mi corazón guarda rencores que lo convierten en un corazón débil. Porque le doy poder sobre mí a quien no debería tenerlo. Sueño con construir el paraíso aquí en la tierra. Pero el poder es tentador, todo tipo de poder. El poder sobre este mundo y sobre las personas. El poder que me permite conseguir lo que deseo, siempre que lo deseo, tal como lo deseo. Quiero pensar que puedo construir un trozo de cielo en la tierra. Allí donde me encuentre mi forma de vivir, de comportarme, de amar, de pensar pueden ser una semilla de un mundo nuevo. Puedo dejarme llevar por el ambiente en el que vivo, por la masa que piensa de una determinada manera. Y, para no desentonar, trato de vivir como el resto. Pienso como piensa la mayoría. Vivo como viven otros hombres. Reacciono con violencia ante los agravios. Clamo venganza cuando recibo algún mal. Deseo los bienes de mi prójimo y hago lo posible por conseguirlos. Vivo lleno de envidias y deseos que me llevan a provocar el mal con mis actos y palabras. ¿Cómo puedo hacer posible que crezca el paraíso en el erial que habito? ¿Cómo lograr que sea fértil la tierra insalubre que contemplo? Quiero ser capaz de ver un vergel en el desierto, y agua caudalosa en el lecho seco de un río. Depende de ese Dios que me habita y me cambia por dentro. Sólo lleno de su Espíritu podré ver las cosas de forma diferente. Una diferente justicia. Una manera distinta de actuar, de vivir, de comportarme, de reaccionar. No quiero hacer más de lo mismo. Sueño con un mundo nuevo y estoy convencido de que María lo puede hacer posible primero en mi corazón. Sueños que se hacen vida dentro de mi alma y los quiero compartir. No me conformo con llevar una vida vivida a medias. Con amar con miedo por temor a ser herido. Quiero ver ese mundo que sueño dentro de mi alma y quiero creer que puedo lograrlo al menos en lo que a mí me toca. Dios usa mi vida. Soy su instrumento. Esa conciencia es la que me da paz. De mí no depende todo, sólo mi sí, sólo mi disponibilidad para ponerme en camino. Es lo que hizo Jesús en la tierra. Se puso en camino y comenzó a predicar ese reino que nace como semilla en el corazón de cada hombre. Un reino de paz y esperanza. De vida y alegría. Un hogar en el que todos puedan ser aceptados como son, sin que nadie pretenda cambiarlos. El cambio vendrá como consecuencia del amor incondicional recibido, nunca antes. Sigo convencido de que todo lo que hago tiene que sumar en ese reino que Dios quiere que ayude a levantar. Es lo que hizo Jesús en su paso entre los hombres: «Junto a Jesús, los enfermos recuperan la salud, los poseídos por el demonio son rescatados de su mundo oscuro y tenebroso. Él los integra en una sociedad nueva, más sana y fraterna, mejor encaminada hacia la plenitud del reino de Dios» . Quisiera ayudar, aunque sea torpemente a mejorar este mundo. Que el Reino de Dios se abra paso a través de las manos de esos hombres que creen en el poder de Dios en sus vidas. Me gusta esa forma de ver la vida. No como una batalla, sino como la labor del jardinero que va trabajando la tierra para que crezca esa semilla pequeña que Dios siembra. Mi vida puede ser parecida a un pantano, o a ese cielo que tanto deseo. Depende de lo que haya dejado crecer en mi interior. Para eso necesito estar unido a Dios, eso es lo que me da felicidad. Y así podré irradiar esa luz que viene de lo alto. «Para nosotros, lo único importante es Dios, el Padre, y su amor misericordioso. No es que haya que anular por completo la actividad propia, pero hoy en día necesitamos sobre todo el ser impulsado por la fuerza de Dios. Él lo hará todo en nosotros. La omnipotencia de Dios deberá ser glorificada a través de nuestra impotencia» . Importa mi sí. Pero es su poder el que todo lo puede transformar. Puede convertir el desierto en vergel. Y acabar con la sequía con su agua abundante. Puede traer la paz al corazón en guerra y la salud al alma enferma. Puede despertar un amor sano en el corazón herido y lograr que el perdón se imponga por encima del deseo de venganza. Puede lograr que sea misericordioso cuando mi corazón no lo desea de forma natural. Puede cambiar mi vida y hacer que sea más suya, más pura y alegre. Él puede hacerlo en mí.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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