Este aromático elemento de la tradición católica se
remonta a milenios antes de Cristo.
Hay algo en el olor del incienso recién quemado
inundando la iglesia que me resulta espiritualmente inspirador.
Pero ¿de dónde
surgió el incienso y por qué lo empleamos?
El uso del incienso en el culto religioso se remonta a
más de 2000 años antes incluso de que empezara el cristianismo.
El comercio de incienso y especias era un importante
factor económico entre Oriente y Occidente cuando las caravanas atravesaban la
ruta del incienso por Oriente Medio desde Yemen y a través de Arabia Saudí.
La ruta terminaba
en Israel y era aquí por donde se introducía el incienso al Imperio romano.
Las religiones en el mundo occidental han empleado
desde hace mucho tiempo el incienso en sus ceremonias.
El incienso
aparece en el Talmud y se menciona 170 veces en la Biblia.
Por ejemplo, en
Éxodo 30,1:
“Harás un altar
para quemar el incienso…”.
La utilización del incienso en el culto judío continuó
mucho después del comienzo del cristianismo y fue una influencia evidente en el
uso de la Iglesia católica en las celebraciones litúrgicas.
La Iglesia considera la quema del incienso como una
imagen de las oraciones de los fieles alzándose al Cielo.
El simbolismo
se menciona en Salmos 141,2:
“Que
mi oración suba hasta ti como el incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda
de la tarde”.
No hay un registro de un marco temporal específico que
nos permita saber cuándo se introdujo el incienso en los servicios religiosos
de la Iglesia.
No hay pruebas disponibles que muestren su uso durante
los primeros cuatro siglos de la Iglesia, aunque hay referencias de su empleo
en el Nuevo Testamento.
Lucas, al inicio de su Evangelio, habla sobre el
nacimiento de Juan Bautista y escribe:
“Toda
la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el
incienso. Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del
altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo”.
El incienso es un sacramental, utilizado para
santificar, bendecir y venerar.
El humo del incienso es símbolo del misterio de Dios
Mismo.
A medida que se eleva, la imagen y el olor expresan la
dulzura de la presencia de Nuestro Señor y refuerza cómo la misa se vincula con
el Cielo y la Tierra, terminando en la mismísima presencia de Dios.
El humo también simboliza la intensa fe que debería
llenarnos y su fragancia evoca la virtud cristiana.
La Instrucción General del Misal Romano (IGMR) permite
el uso del incienso en diversos momentos durante la misa.
Cuando algo se inciensa, el turiferario balancea el
incensario tres veces, lo cual representa las Tres Personas de la Santísima
Trinidad.
Hay diferentes momentos durante la misa en los que
puede emplearse el incienso:
Durante la procesión de entrada.
Al comienzo de la misa, para incensar el
altar.
Antes de la proclamación del Evangelio.
En la preparación de los dones, cuando
están sobre el altar.
Para incensar las ofrendas, la cruz, el
altar, al sacerdote y, finalmente, al pueblo.
En los
funerales tanto en la iglesia con el ataúd como en el cementerio.
Se usa el Jueves Santo.
Cuando el Santísimo está expuesto.
En la Dedicación del altar Dedicación del altar.
Para terminar, veamos lo que dice al respecto el libro
de Apocalipsis 8,3-4:
Y
vino otro Ángel que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió
una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos
los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y el humo de los
perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió desde la mano del Ángel
hasta la presencia de Dios.
En efecto, el uso del incienso tiene raíces profundas
en nuestra tradición católica.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente:
aleteia.org
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