Como todos los años, este primer día de julio los
fieles se reunen para celebrar la solemnidad de la Preciosísima
Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
La fiesta litúrgica, que tras la reforma del Concilio
Vaticano II se unió a la del Santísimo Cuerpo del Señor (Corpus Domini), sigue
siendo celebrada por la fraternidad de la Custodia porque el santuario de la
Agonía en el monte de los Olivos conserva la memoria física del sudor de sangre
del Señor Jesús en la noche de su arresto.
El fenómeno, conocido en medicina
como hematidrosis, está ligado al exudado del suero de las venas a causa de
fuertes tensiones a las que se puede ver sometida una persona, y fue registrado
por el evangelista médico, san Lucas, en el capítulo 22 de su Evangelio.
San Francisco escribió a todos los fieles, para
demostrar que el santo de Asís había entendido el íntimo vínculo entre la
Sangre del cáliz eucarístico, la Sangre vertida en Getsemaní y la derramada en
la cruz. Sangre preciosa la del Señor, porque es signo de una vida totalmente
entregada, totalmente trasfundida a nosotros para hacernos consanguíneos con
Dios, miembros de la misma familia divina.
Festejar la Preciosísima Sangre de Jesús significa
entonces para nosotros inserirnos en esta dinámica de entrega de la vida, de
entregarnos al Padre celestial y a nuestros hermanos, en perfecta imitación a
nuestro divino modelo, Jesucristo.
Los olivos seculares de Getsemaní fueron los probables
testigos del sudor de sangre de Jesús. Que la Sangre de Cristo se derrame, más
copiosa si cabe, por todo el mundo para obtener la paz y la redención a todo
ser humano.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: custodia.org
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