Tránsito
de María
En el catolicismo, el Tránsito de María (Dormición) es
la glorificación del cuerpo de la Virgen María mediante la definitiva donación
de la inmortalidad gloriosa sin pasar por la muerte, es decir, al contrario que
sucede en la muerte humana, la intervención divina de su Hijo hizo que cuerpo y
alma glorificados no se separasen en espera del Juicio Final y ascendieran
unidos a los cielos. Según el dogma establecido por Pío XII el 1 de noviembre
de 1950: «Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado;
que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su
vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste».
En el lenguaje inconográfico, se llama Virgen en
dormición aquella representada en un lecho amortajada tapada por ropa de cama;
La festividad del Tránsito de María se celebra el día
15 de agosto.
Oriente
y Occidente
En el cristianismo católico, la Asunción de la
Virgen es un dogma de fe desde 1950. Si bien el dogma no se pronuncia
explícitamente sobre la muerte de la Santísima Virgen, la tradición mayoritaria
considera que la Virgen fue asunta a los Cielos, en cuerpo y alma.
En el cristianismo ortodoxo también se comparte la
creencia de la asunción y se agrega la creencia de que fue dormida, lo que se
conoce como la «santísima dormición de la Virgen María», lo que habría sucedido
antes de ser asunta al cielo.
Santísima
Dormición de la Virgen María
Después de la ascensión del Señor, la Madre de Dios
permaneció bajo el cuidado del apóstol y evangelista Juan, y durante los viajes
de este ella solía quedarse en la casa de sus allegados cerca del Monte de los
Olivos. Su función en la primitiva iglesia fue ser fuente de consolación y de
edificación tanto para los apóstoles como para los creyentes.
Durante la persecución que inició el rey Herodes en
contra de la joven Iglesia de Cristo (Hechos 12:1-3), la Madre de Dios y el
Apóstol Juan se dirigieron a la ciudad de Éfeso en el año 43. También viajó a
Chipre para estar con San Lázaro, el resucitado por el Señor, donde este era
obispo, como también estuvo en el Monte Athos. San Esteban de la Santa Montaña
dice que la Madre de Dios proféticamente dijo: “Dejad que este lugar sea
entregado a mi hijo y Dios. Yo protegeré este lugar e intercederé ante Dios por
él”.
De acuerdo a la Santa Tradición, basada en las
palabras de los mártires Dionisios el Areopagita (3 de octubre) e Ignacio el
revestido de Dios (20 de diciembre) San Ambrosio de Milán (7 de diciembre) tuvo
la oportunidad de escribir en su obra “Sobre las vírgenes” que la Madre de Dios
“era virgen no solo de cuerpo, sino también de alma, humilde de corazón, de
pocas palabras, sabia en su mente, trabajadora y prudente. Su regla de vida era
la de no ofender a nadie sino hacer el bien a todos”.
Las circunstancias en que sucedió la dormición de la
Madre de Dios se conocieron en la Iglesia Ortodoxa desde tiempos apostólicos.
Ya en el primer siglo de la cristiandad, San Dionisio el Areopagita escribió
sobre su “dormición”. En el siglo II, la historia de que su cuerpo subió a los
cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de Sardis. En el siglo
IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición sobre la “dormición”
de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, le
dice a la Emperatriz Bizantina Pulqueria: “pese a que no existen datos sobre su
muerte en las sagradas Escrituras, sabemos sobre todo esto de la más antigua y creíble tradición”. Dicha tradición fue expuesta en la historia
de la Iglesia de Nicéforos Callistos durante el siglo XIV.
En el momento de su dormición, la Madre de Dios
estaba de regreso en Jerusalén. Día y noche perseveraba en la oración e iba con
frecuencia al Santo Sepulcro. En una de esas visitas, el Arcángel Gabriel
apareció ante ella y le anunció que pronto dejaría esta vida. Así es que ella
decidió visitar por última vez Belén llevando consigo las tres jóvenes que la
atendían (Séfora, Abigail y Jael). Antes de esto le anunció a José de Arimatea
y a otros discípulos que pronto partiría de este mundo.
En su oración, la Madre de Dios pidió que el Apóstol
Juan viniera a verla por última vez. El
Espíritu Santo lo trajo desde Éfeso. Después de la oración, María ofreció
incienso y Juan escuchó una voz del cielo que concluía la oración de la Virgen
y que decía “amén”. La Madre de Dios interpretó que la voz significaba que
pronto los apóstoles y los discípulos llegarían hasta el lugar en el que ella
se encontraba.
Los creyentes, reunidos en gran número a su
alrededor, dice San Juan Damasceno, escucharon las últimas palabras de la Madre
de Dios. Ninguno sabía la razón de
encontrarse presentes en este lugar hasta que San Juan se acercó a ellos, con
lágrimas, y explicándoles que el Señor había decidido juntarlos a todos
nuevamente para la dormición de la Madre de Dios.
También apareció entre los presentes el apóstol
Pablo con sus discípulos Dionisio el Areopagita, Hieroteos y San Timoteo y
algunos de los setenta.
A la tercera hora del día (9 de la mañana) la
dormición de la Madre de Dios se llevó a cabo. Los apóstoles se acercaron a su
lecho y ofrecieron alabanzas a Dios. De repente, la luz de la divina Gloria
resplandeció enfrente de ellos. El mismo Cristo apareció rodeado de ángeles y
profetas.
Viendo a su Hijo, la Virgen María exclamó “mi alma
magnifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador por que ha
visto la humildad de su esclava” (Lc 1:46). Así entregó su alma a su Hijo y
Dios; milagrosa fue la vida de la Purísima Virgen y maravillosa su dormición.
A partir de ese momento comenzaron a preparar el
entierro de su cuerpo purísimo. Los apóstoles fueron los encargados de llevar
su féretro sobre sus hombros. Esta procesión se realizó por toda Jerusalén
hasta llegar al jardín del Getsemaní.
Un sacerdote judío de aquella ciudad llamado Efonio,
lleno de odio, quiso tirar el féretro que transportaba el cuerpo de la Purísima
Madre de Dios. El Arcángel Miguel cortó sus manos. Viendo esto se arrepintió y
confesó la majestad de la Madre de Dios y así comenzó a ser un ferviente
seguidor de Cristo.
Cuando la procesión llegó al jardín del Getsemaní,
los apóstoles y los discípulos comenzaron a dar el último adiós a la Virgen
María. Recién a medianoche lograron depositar el cuerpo dentro del sepulcro y
sellar la entrada con una gran piedra.
Por tres días no se fueron de ese lugar, orando y
cantando salmos. Por la providencia de Dios, el apóstol Tomás no estuvo
presente en el funeral. Llegando el tercer día a Getsemaní se acercó a la tumba
y allí lloró preguntándose por qué no se le había permitido a él presenciar la partida de la
Madre de Dios. Los apóstoles decidieron abrir la tumba para que Tomás pudiera
dar su último adiós. Cuando abrieron el sepulcro, solo encontraron sus lienzos
y entendieron que su cuerpo también había sido recibido en los cielos por
Nuestro Señor.
La tarde del mismo día, estando los apóstoles
reunidos en una casa para poder comer, la Madre de Dios se les apareció y les
dijo: “Regocíjense, estaré con ustedes todos los días de sus vidas”. Ellos
exclamaron “Santísima Madre de Dios, sálvanos” iniciando esta exclamación que
acompañará a la Iglesia eternamente.
Esta fiesta que celebramos todos los 15 de agosto es
celebrada con mucha reverencia y especial solemnidad en el Getsemaní, el lugar
de su entierro.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuentes:
wikipedia.org
acoantioquena.com
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