Diciembre de 2021
Hermano:
«Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir. Levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»
«Miro me corazón y siento que no quiero sobrevivir sino vivir con un sentido. Quiero alzar la mirada y aspirar a las estrellas»
Nuevo repunte de hospitalizaciones por covid en Asturias.
Los contagios se mantienen por encima de 200.
Quiero inventarme más sueños. Quiero vivir con paz. Quiero sembrar los desiertos y regar la soledad. Quiero caminar despacio para no llegar tan pronto. Aspiro a las alturas que aún no distingo desde lejos. No necesito dejar nada si no pienso volver a buscarlo. Cargo en mi alma el peso de tantos pasos mal dados. Y no me fatigo en vano, siempre está clara la meta que persigo entre sombras. Deseo contagiar esperanza en un mundo tan apagado, lleno de deseos incumplidos. Y los sueños que han nacido me dan vida, es siempre un nuevo comienzo, un nuevo camino, un inicio que brota en mi alma. Aspiro a vivir con un sentido, feliz, alegre y descomplicado. A veces no me resulta y me complico. Me turbo y me confundo. Pero no quiero que el stress y las angustias me quiten la paz que habito, esa paz soñada. Tengo deseos guardados muy dentro que me dan vida y dan vida a muchos. Siempre me sorprende. Espero que suceda un día lo que hoy nadie me asegura, porque el futuro es incierto. Anhelo lo que aún no sucede, quizás nunca ocurra. Me gustan las palabras que tienen vida, y las que llenan de luz los silencios y las oscuridades. Esas palabras que desgranan historias inventadas o verdaderas. Cuentos o vidas reales. Esas historias que ponen nombre al sueño que se dibuja en mi alma. Leer y escribir parece sólo un juego, pero da vida a mi alma. Sé que las palabras crean realidad y cobran vida al ser escritas o leídas: «Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece». Escribo y dejo parte de mi alma en cada palabra. Leo otras historias y recobro el alma dejada por los que escribieron. Me dan vida mis historias y las que otros cuentan, pintan o esculpen. Las canciones que escucho y se cuelan dentro de mi alma. Por lo que entrego merece la pena vivir amando. Sé que puedo ser interpretado, olvidado o juzgado. No temo el juicio de los hombres. Poco importa. Al escribir dibujo retazos de mi historia, de mi presente, de mi futuro. Y algo cobra vida a mi alrededor, dentro de mí, como una fuente que llega al cielo. Una historia, una imagen, un grito, un gesto de amor cansado, una esperanza llena de colores plenos, de luces y jardines floridos. Leo y cobran vida esas palabras que parecían muertas. Como un cuadro olvidado que recogió en su retina la imagen estática de un mundo en continuo movimiento. Un solo instante grabado por un pintor. Me gustan las palabras alegres que describen el cielo en la tierra. Esas palabras que liberan y pacifican. Las que llenan el alma de ilusión y contagian optimismo. Me da vida soñar con lo que aún no poseo como una paloma que alza su vuelo indomable. Me imagino lo imposible atado entre mis dedos. Y acaricio lo que no es real salvo en mi sueño. Dibujo con palabras, mis pinceles nuevos, la vida que no vivo y la vida sí vivida. La que he soñado y la misma vida que abrazo. La vida temida y la vida amada. La olvidada un día y la que nunca olvido. El papel no les hace ascos a estas palabras mías, lo soporta todo. Recoge mis palabras mientras coloreo sueños con ellas. Dibujo amaneceres con luces nuevas, recién nacidas. Y borro desencuentros que me hacen tanto daño. No escribo una historia falsa, sino la más verdadera. Puedo dibujar un mismo paisaje, una historia, con retazos de verdad, con mis propias palabras. Pinto, canto, esculpo, dibujo, siento. Y la vida se queda plasmada en obras que el tiempo conserva para siempre. No me importa aprender de otros, siempre me aportan. Yo sólo doy lo que tengo y no me da miedo la vida que no abarco. En mis límites sueño con superarme y llegar más lejos. Espero tocar más almas heridas y rotas. Hacer más cosas por los demás, son pocas las que hago. No lo consigo porque soy débil. Y me acomodo pensando que no puedo llegar tan lejos. Dibujo halcones surcando el cielo. Pretendo llegar yo tan lejos. Abarcar más espacios, más montes y valles, más ríos y mares. Es todo tan poco y al mismo tiempo es tanto. Es de Dios la inmensidad de sus frutos, la luz de su mirada. Eso me basta.
La verdad completa de las cosas solo la ve Dios. Cada uno guarda su pedazo, como lo más verdadero. Es su mirada la que interpreta los hechos. Les pone color y sombras. Le da vida a lo que observa. Es su verdad, en ese momento en el que todo ocurrió. Sus olores, sus sentimientos. Según su parecer lo cuenta todo, según sus ojos. Así pinta el pintor su presente, o su pasado. No le importa la verdad objetiva y única. Es su historia diferente a la que otros han contado estando también presentes en el mismo momento, en el mismo lugar. Y no me importa. La vida es la suma de muchas verdades vistas con ojos inocentes o culpables. Retazos rotos de miradas quebradas. Todos como un conjunto de colores vivos o grises, alegres u opacos. Todos recogen un cuadro único y verdadero, eso pretenden. Es la suma de verdades aparentemente contradictorias y opuestas. La vida que me rodea según mis ojos, según los ojos de otros. Según mis sentimientos con los que interpreto los hechos. Los juzgo, los acepto o los condeno. Los integro en la membrana de mi alma. Yo me dedico a observar cosas desde mi lugar, desde mi butaca, desde mi mirada, queriendo acceder a la historia verdadera. ¿Cómo será la verdad de esa historia contada, suma de muchas verdades diferentes? ¿Quién tendrá la razón, quién la habrá perdido? Con mis ojos interpreto los hechos partiendo siempre de mis prejuicios y heridas. Tengo un prisma con el que lo juzgo todo y lo analizo. Y pienso que tengo desde mi oscuridad un acceso único y valioso a la verdad completa. Me equivoco al pensar así, solo tengo un acceso limitado a toda la verdad, solo comprendo una parte de esta. Parece como si unas y otras miradas dibujaran algo incoherente, o impreciso. Imposible conocer toda la verdad. No es quizás verdadero totalmente, es sólo como yo lo interpreto. Pero parece distinto a otras miradas que observan lo mismo. Importa ese sentimiento que me dice lo que es cierto. Me sentí de esa manera y eso es en sí verdadero, aunque se oponga a lo que tú sentiste, tan diferente. Cuando pretendo reconstruir una historia tengo que escuchar la verdad de cada protagonista. Me pongo en su piel, miro con sus ojos, escucho desde su alma, huelo el ambiente desde sus sentidos. Importa lo que vivió antes, lo que sintió en otras ocasiones. Es su forma de mirar los hechos fríos y objetivos. Y así comprendo que su verdad es limitada, pero me ayuda a comprender la totalidad que no abarco. Intento desde las distintas verdades llegar a una única verdad que todos comprendan. Quiero recomponer la historia a partir de lo que tengo entre mis dedos. Las distintas verdades de los que han sido parte de esa historia suman en mi pretensión por llegar a la totalidad. Las motivaciones ocultas que escondían en su corazón son parte importante del proceso. Su forma de interpretar los hechos es distinta. Cambia de unos a otros. Uno de ellos pensaba que estaba haciendo el bien, lo correcto, cuando sus formas y sus palabras eran hirientes. Otro creía saber lo que pensaba el que estaba frente a él. Pero era imposible adivinarlo. No tenía acceso a su corazón y se equivocaba. Interpretó, pensó, juzgó, sintió. Todo vale a la hora de contar esa historia, de pretender darle vida a lo que sucedió un día. Y es como si la suma de muchas verdades hiciera posible contar la historia verdadera. ¿Dónde está la verdad? Me abro a la forma de ver las cosas que tienen otros. Miro con respeto su forma de juzgarlas, de vivirlas. Es toda una mezcla de verdades en la que importa el amor con que se vive, la forma de aceptar al diferente en su manera distinta de ver los hechos. No es más verdad la mía que la tuya, pero sí sigue siendo verdad. Si tu verdad te lleva a hacerme daño entonces no es de recibo, no la quiero. No por ver las cosas a tu manera tienes derecho a herirme, a abusar de mí o a obligarme a hacer lo que no deseo. No por estar herido tengo que aceptar tus agresiones. Tu forma de ver las cosas es válida mientras no me hiera, me mate, me quite la paz, me aísle, me condene. Respeto tu punto de vista mientras lo vivas con amor y no siendo injusto. Quiero que amándome bien me des espacio junto a ti, sin lastimarme. Esa verdad absoluta que pretendo poseer será posible sólo en el corazón de Dios. Allí ya no habrá mentiras ni verdades a medias. Allí me reconoceré en lo que soy, sin tapujos ni violencias. Allí todas las miradas serán una en la mirada de Dios. Y la verdad será una en su corazón. Acepto mi vida como es sin pretender tapar nada. Todo es válido para Dios, todo es amado por Él. No escondo, no guardo. Mi forma de ver las cosas es amada por Él. Eso es lo importante. Él conoce mi mirada y sabe cuál es la verdad más honda que guardo. Y me ama en mi herida, en mi ruptura interior, en mi forma de ver las cosas. Acepto que no todos van a ver las cosas como yo. No pretendo imponer mi verdad como la única. También sé que no todo vale y no todo es relativo. Es verdadero lo que me hace ser mejor y amar con más libertad. Es verdadero lo que me lleva a querer al herido y a no juzgar a nadie. La mirada que no es injusta ni abusiva es la que es más verdadera. Todas las miradas ayudan a recomponer una historia. Pero no todo vale, no todo es justo. Hay miradas más llenas de Dios, más puras y llenas de amor. Hay miradas rotas porque brotan de una herida honda. Quiero aprender a mirar con los ojos de Dios. Eso me sanará a mí y a los que me rodean. Y sembraré amor y paz, será todo más justo.
No me quiero sorprender cuando no estoy a la altura de lo esperado por mí o por otros. Cuando no doy la talla a la que quería llegar. Cuando no cumplo con aquello con lo que me había comprometido. Mi pecado me asusta tan a menudo. Me desconozco en mi debilidad. Quiero decir que no y acabo cediendo. Quiero negarme a caer, pero caigo. ¿Cómo puedo caer tan bajo?: «¿No les había dicho que no debo extrañarme? ¡Que semejante inmundicia se esconda en mí! Nunca supe que, interiormente, era tan sucio. Ya lo ven: es mi naturaleza. Es una naturaleza enferma, totalmente enferma. Debo ser desprendido de mí mismo. Ahora ya no me echo incienso, no digo más: ¡Cielos, ¡qué lejos que he llegado! No, no, no. Ahora noto que soy capaz de todo». Soy capaz de lo mejor y también de lo peor. Puedo dejar que el odio venza en mí llenando de ira mis gestos y palabras. Puedo dejar que mis adicciones se adueñen de mi voluntad, veo que es todo tan frágil. Entonces me sorprendo al mirar dentro de mí. ¿Cómo puede estar Dios contento conmigo? Lo pienso a menudo, a Dios no le ofende mi pecado. Sólo le produce dolor verme infeliz o perdido, lejos de Él caminando sin rumbo. Aun así, me miro y me asusto. Con el tiempo puedo llegar a acostumbrarme. Y me dejo llevar por la corriente de las tentaciones. Pienso que ya no puedo hacer nada para cambiar, para mejorar. Creo que es tanto el daño que hago que ningún bien que intento compensará la pérdida. Me equivoco al preguntarme: ¿Qué sentido tiene la confesión? ¿Para qué me valen los golpes de pecho con ánimo contrito? Cuando veo con dolor que nada cambia en mí después de mil decisiones previas de hacer el bien y mejorar. He decidido muchas veces hacer las cosas bien. Me he propuesto levantarme por encima de mis cenizas una y otra vez, volver a nacer para nunca más volver a caer. Me he mantenido firme sobre el alambre de la vida, arriesgándolo todo, amenazado por los vientos. Pero he caído de nuevo. Cuando menos lo esperaba me he dejado llevar por la corriente. Lo peor que hay en mí ha salido a la luz. Mi envidia, mi egoísmo, mi rabia, mi rencor, mi impureza, mi dejadez, mi desidia. Todas mis tentaciones se han vuelto poderosas. ¿Cómo puedo hacer frente a ese mal que me incita a dejarme llevar? La tentación me presenta siempre verdes praderas, caminos anchos, placeres hondos, verdades a medias y una felicidad verdadera que se antoja muy lejana. Y yo quiero ser feliz, aunque sólo sea por un momento, por un rato. Miro me corazón y siento que no quiero sobrevivir sino vivir con un sentido. Quiero alzar la mirada y aspirar a las estrellas. Me miro con honestidad, algo inquieto: ¿De qué me sirven mis pecados en toda esta batalla? Siento que sólo son retrocesos que me llevan al comienzo del camino. Me decido a ser mejor. «La santidad no consiste en que no cometa ningún pecado. La santidad consiste en que logre llevar bien el «estiércol» a mi campo. Ante Dios invoco la misericordia del Padre y mi miseria personal. ¡Pero tienen que entender cuán verdadero es esto! Ninguno de nosotros puede entenderlo porque ninguno de nosotros ha sido un verdadero niño». Hay que ser niño para entender que mi debilidad y mi pecado, no me hacen peor persona, simplemente me ensucian por dentro y me vuelven mendigo de amor por las calles. Y me muestran que lo único que me salva en esta vida es la misericordia de Dios, no mis méritos. Porque mi miseria es manifiesta. Por eso no me escandalizo cuando peco. Tomo mi pecado en mis manos, mi suciedad, mi miseria y se la entregó a Dios como ofrenda. ¿Qué hará Él con ella? Yo tengo claro lo que haría. La escondería, la apartaría de mí, la alejaría de mi presencia para parecer perfecto a los ojos de Dios y del mundo. No me gusta verme débil. Prefiero la perfección que no poseo. Hacerlo todo bien es la meta imposible de mis sueños. No pecar nunca para no tener que reconocer con humildad que no puedo con mi fragilidad. Estoy roto y no lo acepto. La mirada de Jesús es la que me salva y levanta. Es su voz la que me recuerda que no tengo que temer nada. No son mis méritos los que me salvan. Y la felicidad no me la da hacerlo todo bien, sino amar, aunque me hiera cuando amo, aunque sufra y no todo salga bien al amar y dar la vida, aunque lo pierda todo en ese momento en el que creo que me estoy entregando por entero. Dios conoce mi fragilidad y no se asusta, me ama. No le sorprenden mis debilidades, las acepta. No se escandaliza al ver lo lejos que puedo llegar y lo bajo que puedo caer. Y me dice que me quiere estando sucio, sin méritos y sin logros. Desde lo hondo de la cueva en la que me escondo para que Dios no me vea, Él me llama. Y me rescata para sacarme de mis miedos. No quiere que viva con vergüenza ni temor. Quiere que confíe en Él y desea que crea que mi pecado le pueda servir a Él como abono del campo de mi alma, como semilla para que surja una planta nueva y preciosa. Así es Dios, logra hacer milagros dentro de mí.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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