22 de agosto...
A los seis meses…
A los ocho días.
Dios en hechuras humanas.
Celebramos en este día la coronación de la Virgen María como
Reina y Señora de todo lo creado. El cuarto misterio glorioso del rosario. La
fiesta de hoy enlaza con lo celebrado hace justo una semana: la Asunción de la
Virgen.
Tomo las palabras de Michel Quoist: “Mi mejor invento es mi
madre”.
Mi mejor invento, dice Dios, es mi madre. Me faltaba una
madre y me la hice. Hice Yo a mi madre antes que ella me hiciese. Así era más
seguro. Ahora sí que soy hombre como todos los hombres. Ya no tengo nada que
envidiarles, porque tengo una madre, una madre de veras. Sí, eso me faltaba.
Mi madre se llama María, dice Dios. Su alma es absolutamente
pura y llena de gracia. Su cuerpo es virginal y habitado de una luz tan
espléndida, que cuando Yo estaba en el mundo no me cansaba nunca de mirarla.
¡Qué bonita es mi madre! Tanto, que dejando las maravillas del cielo nunca me
sentí desterrado junto a ella. Y fíjense si sabré Yo lo que es ser llevado por
los ángeles..., pues bien: eso no es nada junto a los brazos de una madre,
créanme.
Mi madre ha muerto, dice Dios. Cuando me fui al cielo Yo la
echaba de menos. Y ella a Mí. Ahora me la he traído a casa, con su alma, con su
cuerpo, bien entera. Yo no podía portarme de otro modo. Debía hacerlo así. Era
lo lógico. ¿Cómo iban a secarse los dedos que habían tocado a Dios? ¿Cómo iban
a cerrarse los ojos que Lo vieron? Y los labios que lo besaron ¿creen que
podrían marchitarse?
No, aquel cuerpo purísimo, que dio a Dios un cuerpo, no
podía pudrirse en la tierra. ¿O no soy Yo el que manda? ¿De qué iba a sírveme,
si no, el ser Dios? Además, dice Dios, también lo hice por mis hermanos los
hombres: para que tengan una madre en el cielo, una madre de veras, como las
suyas, en cuerpo y alma. La mía.
Bien. Hecho está. La tengo aquí conmigo, desde el día de su
muerte. Su asunción, como dicen los hombres. La madre ha vuelto a encontrar a
su Hijo, y el hijo a la madre, en cuerpo y alma, el uno junto al otro,
eternamente.
Ah, si los hombres adivinasen la belleza de este misterio...
Ellos la han reconocido al fin oficialmente. Mi representante en la tierra, el
Papa, lo ha proclamado solemnemente. ¡Da gusto, dice Dios, ver que se aprecian
los dones que uno hace! Aunque la verdad es que el buen pueblo cristiano ya
había presentido ese misterio de amor de hijo y de hermano...
Y ahora que se aprovechen, dice Dios. En el cielo tienen una
madre que les sigue con sus ojos, con sus ojos de carne. En el cielo tienen una
madre que los ama con todo su corazón, con su corazón de carne. Y esa madre
mía. Y me mira a Mí con los mismos ojos que a ellos, me ama con el mismo
corazón.
Ah, si los hombres fueran pícaros... Bien se aprovecharían.
¿Cómo no se darán cuenta de que Yo a ella no puedo negarle nada? ¡Qué quieres!
¡Es mi madre! Yo lo quise así. Y bien... no me arrepiento. Uno junto al otro,
cuerpo y alma, eternamente Madre e Hijo...
El final grande de la Virgen tiene un origen pequeño. Las
cosas de Dios, ¡grandes!, siempre tienen principios pequeños: una pequeña
ciudad, una mujer sencilla, prometida de un carpintero…
La presencia de Dios llena de luz la estancia y de alegría
el corazón. ¡Alégrate! ¡El Señor está contigo! Y tras la sorpresa la tarea:
serás madre, ¡serás Madre de Dios! María solo puede ofrecer su pequeñez. Justo
lo que Dios quiere: el Todopoderoso elige al “tododébil”. Y todo como regalo:
el Espíritu vendrá sobre ti y te cubrirá con su fuerza. ¡Que se cumpla! Y se
cumplió. Bien cumplido.
Lo que ocurrió entonces se repite cuando hay un corazón
generoso: alegría, asombro, tarea, duda, confirmación de la misión, respuesta
entregada, cumplimiento.
Artículo enviado
por: Jesús Manuel Cedeira Costale
Fuente: Texto de
Jesus Manuel Monforte Vidarte
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